miércoles, 12 de diciembre de 2012

Los Mágicos Magiares



El equipo de oro, los magiares poderosos o los magníficos magiares llegaban a la final del Mundial de 1954 como la gran favorita. Se enfrentaban a Alemania, a la que ya habían ganado en la fase previa por 8-3. Todo apuntaba a que el equipo dirigido por Gusztav Sebes daría el titulo a Hungría. Sin embargo, los alemanes darían la vuelta al 2-0 inicial en el marcador y ganarían el partido. La final fue catalogada como el milagro de Berna.
Nadie esperaba tal derrota. Hungría venía de ser el epicentro futbolístico del mundo. Treinta y dos victorias consecutivas, veinticinco goles en ese Mundial y ejecutor de la eliminación de Brasil y Uruguay, en cuartos y semifinales, respectivamente. Un equipo que falló el único día donde el fallo no estaba permitido.

 

El oro de Helsisnki

Aquella selección, cuatro años atrás, renunció a asistir al Mundial de 1950 en Brasil, al igual que muchos otros combinados europeos. El equipo magiar tuvo que esperar hasta Helsinki 1952, en los Juegos Olímpicos, para decir al mundo que eran los mejores con el balón en los pies.
En la competición barrieron a sus rivales. En la final, ante la difícil Yugoslavia, dos goles de Ferenc Puskas y uno de Zoltán Czibor dieron el primer trofeo internacional a una selección que estaba destinada a pasar a la historia.

 

El juego bajo la impronta socialista

Una de las características de aquel combinado según Gyula Grosics, portero de aquel equipo, era que su juego se basaba en el compromiso solidario entre jugadores excepcionales. "Nuestro entrenador, Sebes, estaba muy comprometido con la ideología socialista, y eso se podía palpar en todo lo que decía. De cada partido o competición importante hacía una cuestión política", declaró el portero más de una vez. Una idea plasmada en el campo que mantuvo a Hungría en la hegemonía del fútbol durante más de cuatro años. Y es que el propio Sebes bautizó a aquel fútbol como un "fútbol socialista".

Entre la consecución del Oro Olímpico y el Mundial de 1954, Hungría fue una máquina de marcar goles. Nadie practicaba un juego tan ofensivo como ellos. Puskas era la estrella del equipo, acompañado de otros estiletes de verdadero lujo. Czibor como el delantero menudo y habilidoso, Sandor Kocsis como formidable rematador de cabeza, Nandor Hidegkuti como goleador silencioso, Jozsef Bozsik como timonel del centro del campo y Grosics como el guardameta más seguro del momento.
A todo este genial elenco de jugadores, hay que sumar la breve aportación de otro artista del balón, Ladislao Kubala, que solo llegó a jugar seis partidos con Hungría al decidir jugar como internacional con Checoslovaquia, y posteriormente, con España.

 

Los verdugos más elegantes de Inglaterra

Los magiares se paseaban por Europa como amos y señores del deporte rey, demostrándolo con creces cuando se enfrentaron a Inglaterra en Wembley. Los ingleses no habían perdido nunca en casa frente a un equipo no británico. Los húngaros sentaron el precedente. Con un despliegue ofensivo magnifico, los Puskas y compañía barrieron a la Inglaterra capitaneada por Billy Wright por 3-6 en 1953. Los húngaros, firmaron así, uno de los acontecimientos más importantes del fútbol inglés.
Después de ese partido, todo estaba dispuesto para ganar el Mundial, pero cosas del fútbol, Hungría se quedó sin trono mundial. Pero a pesar de la enorme decepción, los húngaros se conjuraron para intentarlo en 1958. El equipo tenía aún mucho recorrido para poder alzarse con la victoria en el Mundial de Suecia.

 

Una leyenda silenciada

La gran parte de los componentes de aquella selección provenían del Budapest Honved, equipo dominador de las competiciones domesticas del país. Entre 1950 y 1956, consiguieron cinco títulos de liga. El Honved, a finales de octubre de 1956 se desplazaba a Bilbao para jugar contra el Athletic en la recién creada Copa de Europa. En es mismo momento, estallaba la Revolución Húngara en contra de la ocupación soviética. El sueño de los magníficos magiares finalizaría en ese instante de la historia, y el Mundial de 1958 acabó siendo una quimera.

Muchos jugadores decidieron no volver a su país y se quedaron en España, como Puskas, que fichó por el Real Madrid, o Kocsis y Czibor por el Barcelona, este último previo paso por la Roma. De esta manera, se desintegraba uno de los grandes equipos de todos los tiempos, que desarrolló uno de los juegos más vistosos que se recuerdan.
Su final, inducido por cuestiones políticas, contribuyó a que la aportación al fútbol, y a Hungría, de esta formidable generación, quedara silenciada durante muchos años tras el telón de acero.

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